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Aquellos años resultaron ser tan tristes como impredecibles. Tal vez, porque a medida que pasan los años se comprende no existe la planificación. Que es una mera creencia que calma la angustia de sentirnos desorientados en la vida. Que es la manera que encontramos los humanos de ordenar nuestra existencia y, finalmente, que es nuestra forma de dar sentido a nuestros días. Albertina hubiese sido perfecta para protagonizar esa historia de amor que dura toda la vida, pero le tocó otra época. A fin de cuentas, aquellas historias de amor contaban con una esperanza de vida de 40 años, en el mejor de los casos. En el siglo XXI, llegar a los 90 años es un poco más usual y, el tener más de un compañero de ruta, también. De algún modo, antes era algo más simple la vida porque también era más corta. Intempestivamente, aquel 2012 las certezas comenzaron a desarmarse como arena entre los dedos. Se rompieron los contratos y los pactos de amor. Se deshicieron los sueños. Se desanudó la vida y propuso caminos desconocidos, impensados, intrincados. La inocencia se vio interrumpida por la crueldad, y sólo quedó el paso del tiempo como refugio. Aquel año, descubrió la fragilidad.